Hábitos fosilizados
Esta vez, espero que esta vez la constancia no me abandone. Este blog-diario-montón de entradas apiladas en un rincón de internet, es un intento por generar nuevamente el hábito de escribir. Día a día, noche a noche, lo que sea. Hubo un tiempo en que lo tomaba muy en serio, pero no por una presión externa, sino que por el disfrute de crear, pensar y plasmar mis ideas narrativas en un texto. También estaba aquí en Barcelona cuando me dio ese ataque de escritura. Escribía después de clases o después de ir a tomar. A veces me quedaba hasta las 3-4 de la mañana mirando la pantalla y escribiendo oraciones que al final dejaría igual o borraría. Obviaba cualquier responsabilidad universitaria o laboral (escribí una cantidad horrible de artículos pésimos sobre maquinaria ese año). Un ritmo frenético que se mantenía por la desocupación y la soledad. Era una escritura obsesiva para mi disfrute y lectura, no había mucho afán de publicar, y si lo había, se desvanecía al día siguiente. Casi toda esa producción debe estar guardada en alguna carpeta, en algún lugar de internet.
Las ganas siempre están, ya sea por una especie de objetivo-obligación personal, de convertir a la escritura y la literatura en mi hobby y profesión, aquella que remplace mi costumbre de estar todo el día frente a una pantalla consumiendo-jugando, o simplemente por querer experimentar ese disfrute nuevamente, porque claro, me gusta la literatura a pesar de la desmotivación vital y el pesimismo que acarrea la situación laboral ligada a las artes, a las humanidades y al estado del mundo en general.
Supongo que uno llega a las verdades personales de las formas más extrañas. Por ejemplo: el otro día en la oficina. La monotonía desesperante del trabajo administrativo (por lo menos a este nivel, de archivos insignificantes) me hizo darme cuenta de lo mucho que disfruto de leer, escribir, investigar, teorizar, todo lo que implica hacer un doctorado. Obvio, en teoría, ya que en el momento del trabajo académico real, la divagación y procrastinación no es distinta a la que experimento en la oficina. Pero es distinto, mi trabajo me aburre, mientras que el doctorado me abruma. Siempre pensé (quizás en el fondo aún es así) que si encontraba un trabajo bien pagado en cualquier cosa, sería suficiente para desentenderme del mundo de las letras de manera profesional. Pero es difícil pensarlo así ahora, realmente me gustaría dedicarme a la literatura por más amplio y obtuso que pueda leerse el concepto desnudo.
Últimamente, he tenido buenas noticias respecto a las letras, de esas que devuelven la ilusión. Empujes anímicos necesarios en una carrera, o más bien una maratón, como esta. Suma y sigue, suma y sigue.
El otoño ya llegó. Llueve, hay viento, oscurece temprano. Empiezan las reminiscencias del comienzo de este viaje, de esta decisión. Cuando se enciendan las luces de Navidad, la nostalgia va a golpear con fuerza. No sé, estos 10 meses acá se sienten movedizos. Si uno mira hacia atrás, ve las curvas que ha atravesado, todas con éxito, sin choques mayores.
Últimamente, estoy pegado con el álbum Deseo, Carne y Voluntad (2025) de Candelabro, banda chilena. En sí, me recuerda algo a Geordie Greep y me gusta el concepto y temática que toca. Pero más allá de eso, luego de tener el disco en bucle varios días, la letra de la canción Fracaso me ha hecho mucho sentido. Ya sea porque me recuerda, obviamente, a la política chilena y los esfuerzos colectivos de cambiar algo, o porque mis temas de investigación, de alguna forma u otra, terminan investigando el fracaso de los sistemas, los hombres, de nosotros.
La letra dice: después de tanto fracaso, habrá que levantarse a construir, habrá que levantarse a trabajar, por algo mejor, por algo mejor. Y estoy de acuerdo, es así. En eso estamos.